La Ira


La ira maligna puede llenar nuestro paisaje mental y proyectar su realidad distorsionada sobre personas y eventos. Cuando estamos abrumados por la ira, no podemos disociarnos de ella. Perpetuamos un círculo vicioso de aflicción reavivando la ira cada vez que vemos o reordamos la persona que nos hace enojar. Nos volvemos adictos a la causa del sufrimiento.

Pero si nos disociamos de la ira y la miramos con atención, aquel que es consciente de la ira, no está enojado. Podemos ver que la ira es sólo un montón de pensamientos. La ira no corta como un cuchillo, ni quema como el fuego, no es nada más que un producto de nuestra mente. En vez de "Ser" la ira, entendemos que no somos la ira, del mismo modo en que las nubes no son el cielo.

Entonces, para manejar la ira, evitammos dejar a nuestra mente saltar una y otra vez sobre el gatillo de nuestra ira. Miramos a la propia ira y mantenemos nuestra atención en ella. Si dejamos de añadir leña al fuego y sólo observamos, el fuego se extinguirá. Del mismo modo, la ira desaparecerá, sin reprimirla forzadamente ni dejarla explotar.

No es cuestión de no experimentar emociones; es cuestión de no ser esclavizados por ellas. Deja que surjan emociones, pero permítales ser libes de sus componentes aflictivos: distorsión de la realidad, confusión mental, aferramiento y sufrimiento para uno mismo y los demás.

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